Por: Tony Rodríguez
No es posible reconstruir la historia sin las imágenes que contextualizan los documentos y relatos de una época determinada. Aspectos descriptivos de una sociedad o de un personaje, van acompañados de imágenes que plasman el modo de vida, las emociones y hasta la visión y los conceptos que primaron al momento en que vivió el ser u ocurrió el hecho presentado.
Hilario Rodríguez no fue un negador de su época, todo lo contrario, captó con lucidez los detalles, el color, el aroma y textura del entramado social del que fue parte.
Nacido en Santiago cuando el dictador Trujillo afianzaba su régimen, imponiéndose a una sociedad rural, pre-capitalista y pobremente articulada.
Hilario, sin embargo, se negó a opinar sobre ideologías, sino que presentó el paisaje, la cultura, la magia escapada de la cotidianidad.
Vio hacia la patria para proclamar la ausencia y la tristeza de un Duarte desterrado, igual posó su incrustada mirada hacia las estampas pueblerinas, al mercado informal, a la casita de tablas, a la montaña y la pradera.
Considerado un costumbrista, influido de algún modo, por don Yoryi Morel, y a la vez un artista capaz de transformar su obra en impresionista, por influencia de maestros como Vela Zanetti. Fue capaz de ser, según los críticos, impresionista, costumbrista, realista y surrealista, lo que lo convierte en uno de los más célebres pintores dominicanos.
Alcanzó notoriedad a partir de la década de los 70s, cuando surgieron sus primeros reconocimientos y premios.
Su nacimiento se produjo en el año 1936, y su muerte en 1987. Su obra ha ganado aun más mérito, al analizar su grandeza de talento, visto desde la posteridad y contextualizado en la época en que le correspondió desarrollar su pintura.
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